“Acá estamos, tratando de conseguir otro trabajo”, dice Marcela Rodríguez, una de las 85 trabajadoras del calzado despedidas esta semana de la fábrica de Topper, en Tucumán. Habla desde su pueblo, Santa Ana, al sur de esa provincia. “A 15 minutos de Aguilares” donde está la planta en la que Marcela cementaba cortes en horarios rotativos: turno mañana una semana y turno tarde la otra. “Estaba haciendo mi casita, y mi hija tenía todos los días un plato de comida”, cuenta sobre el tiempo en que fue operaria. Menos de un año, ideal para el despido sin reclamo de un trabajo precarizado.
“Era lo mejor que me había pasado. Porque tengo mi mamá, tengo 10 hermanos. El trabajo me había cambiado la vida porque podía ayudar a mi madre cuando ella no tenía. Y estábamos comprando las cosas para la casa”, repasa, con angustia. “Imagínese lo que me ha causado que me corran del trabajo. Ahora ruego que mi marido no se enferme. Hace changas porque está desempleado y es el único sustento que tenemos como familia, si se enferma no tenemos para poner el plato de comida”.
Antes de conocer la vida en la fábrica, Marcela trabajaba en el campo, en la producción mal paga de arándanos o limones. En la planta “cementaba cortes, como los hombres”. Un trabajo insalubre. Pero entre los despidos que la empresa les anunció “de forma horrible -en medio de la jornada de trabajo-, la mayoría somos mujeres, cabezas de familia”. El plato de comida que ya no pueden llevar a la mesa es lo que más cuesta afrontar, material y emocionalmente.
María Trolio, trabajadora de Acindar en la planta de General Rodríguez coincide sobre el rol de las mujeres en esta crisis: “La mitad de los operarios de piso, de la planta, somos mujeres, cabezas de familia, y la mayoría tenemos hijos que mantener”. Ahora que todo se complica “a las que somos cabeza de hogar se nos complica más”, razona.
En General Rodríguez “no hay suspensiones, estamos con vacaciones y compensatorios» detalla. Pero en la práctica «las plantas están paradas por decisión de la empresa y estamos viendo de cerca lo que pasa en Villa (Constitución) donde se esperan suspensiones y han reducido jornadas y cantidad de turnos. Siempre afecta primero a Villa y después a nosotros”.
“Estamos en el peor de los mundos”, coincide Pablo González, secretario General de la UOM Villa Constitución, donde Acindar inició despidos a contratados en diciembre, y se avecinan suspensiones como en otras plantas de la siderúrgica en el país. Con un conflicto por paritarias desde diciembre, la rama siderúrgica del gremio ya lanzó el paro. También la metalmecánica anunció un plan de lucha al fracasar, hasta ahora, la negociación por los haberes de enero.
Desde Tucumán, Gabriel Gamez, de la CGT y secretario General de la UOM Tucumán explica que en la provincia no tiene sede la Unión de Trabajadores de la Industria del Calzado (Utrica), la actividad que atraviesa el conflicto. Pero “la situación es crítica”, afirma. “Ya estamos sufriendo suspensiones y adelanto de vacaciones. Después vienen los despidos masivos y otra vez el pueblo empobrecido”.
La crisis
“Ya lo estamos padeciendo. Y todos lo vamos a sufrir –explica Marcela– pero será peor para los que no tenemos nada, porque si no se labura, no se come”. La exoperaria de Topper sin embargo está esperanzada en que “la gente se levante y saque a este gobierno, porque esto no es nada comparado con lo que se viene”, advierte. “Qué lástima –comparte-, yo estaba tan segura que iba a ganar Massa que ese día, recuerdo cuando me han dicho que no, lloraba y lloraba, de la bronca y la impotencia. ¿Cómo van a hacer eso nuestros jóvenes, qué les pasa?”
Acindar notificó a los trabajadores la baja de producción, con la caída de la obra pública en diciembre. “Eso fue agudizando en enero y febrero”, describe González. No justifica la precarización, las suspensiones, la acechanza de despidos y el cierre de plantas, pero sucede. “Un poco es por la baja de las ventas –analiza María-, otro poco es lo que necesitan las empresas para tener ahogado al trabajador y sacarle más derechos”. Y reflexiona: “La gente se da cuenta, pero está entre la espada y la pared”.
La defensa gremial para María, también delegada de la UOM, es imprescindible en este estado de situación. Pero es difícil entrar a un sindicato. “Eso frustra a los jóvenes y ese debate, el sindicalismo se lo tiene que dar para crecer desde las bases”, propone.
“Muchos votaron a Milei por enojo -acuerda González-, porque la burocracia gremial y sindical generó rechazo en las bases hacia los dirigentes, sindicales y políticos. Y eligieron a este mamarracho. Se los dijimos y ahora ven que es real, no era campaña del miedo. Hoy los chicos contratados que ya perdimos 100 -desde diciembre-, son los primeros que se quedan afuera”. El gran impacto de la crisis, sostiene el delegado de Villa, «es un caldo de cultivo que a nosotros nos lleva al peor de los mundos”.
La precarización
La planta de General Rodríguez es nueva, nació en pandemia hace tres años, tras un conflicto gremial en la planta de La Tablada. Es parte de ese residual. Ahí, María cumple turnos rotativos: mañana, tarde y noche, de 9 horas. “Más una hora de viaje para ir y otra para volver, son 11 horas por día fuera de casa”, dice. No se queja, pero lamenta que ante la situación “las empresas aprovechan para seguir precarizando, sacando beneficios y derechos, porque hay temor, y uno, con la angustia de no poder llevar el plato de comida a la casa, algunas cosas lamentablemente va cediendo”.
En los despidos de Topper salta la marca de la precarización. Marcela cuenta que iban a cumplir un año de trabajo, el 3 de abril. “No faltaba nada, pero esta noticia nos han derrumbado por completo todos nuestros planes de sacar a nuestros hijos adelante. Mi marido no tiene trabajo, ¿cómo hacemos? Nos dejan sin nada”. Ella dejó de percibir la Asignación Universal para entrar a la fábrica. “Otros compañeros han perdido los planes sociales, que siquiera algo ayudaba. Se han arriesgado porque pensaban seguir trabajando, y era horrible verlos cuando nos dan la noticia, no se lo deseo a nadie”. Se refiere al momento en que fueron despedidos, en plena jornada de trabajo.
“Y ni fondo de desempleo nos corresponde, porque no hemos llegado a cumplir el año”, les dice el gremio. “Pero mis compañeras no quieren reclamar por la ilusión de que las vuelvan a llamar”. Marcela cree que eso les dijeron para que se vayan sin protestar de esa fábrica que se caracteriza por no dejar que sus empleados logren antigüedad desde 2019, cuando el empresario brasileño Carlos Martins compró la exAlpargatas. Fue tras el despido de 500 operarios en 2018. Y se registró la planta en el “rubro plástico”, con lo cual, los 1.000 empleados del calzado que quedaban perdieron su antigüedad.
Acindar también se caracteriza por situaciones de precarización. En General Rodríguez no pagan las horas nocturnas, ni las extras después de las 13 horas del día sábado. “Reclamos que hacemos desde el día cero al Ministerio de Trabajo, sin respuesta. Y aprovechan la situación actual para sacar ventajas». Ya no hay categorización y ante el reclamo, cae la amenaza: “Necesitamos gente que haga todo, sino tenemos que cerrar”.
La preocupación es “que esto se agrave”, advierte González, con 20 años de fábrica y el recuerdo latente de los ‘90, donde la sociedad aprendió que si se habla de suspensiones se inicia un proceso de despidos. En ese momento “China no producía acero, hoy sobra 600 millones de toneladas de acero en el mundo, cada año. Si se liberan las aduanas y se abre la importación vamos a estar más complicados. Brasil ya paró tres plantas”. Allí no hay gremios dentro de las fábricas. “Acá tenemos un modelo sindical fuerte y más arraigado en la gente. Pero todavía está a flor de piel el enojo de la gente”.
La defensa de derechos
Para María que se formó en el sindicalismo trabajando en una autopartista en Pilar, y dentro de la CTA, y estudió Administración de empresas, “más allá de la pelea política y sindical que no hay que frenar, el objetivo es que al país le vaya bien y a la clase trabajadora también”. Tiene 39 años María, estudió una carrera de grande. “Me recibí a los 35 y me decían: ‘Sos vieja para no tener experiencia’. Era desalentador porque esa fue mi posibilidad de estudiar, a esa edad. Necesitaba una primera oportunidad. Pero la devolución era siempre la misma. Así volví a la producción, en este caso en Acindar”.
El padre de María es herrero. Su mamá murió cuando ella era chica. “Me crié en la herrería, amo la herrería. Sé soldar, conozco la forma de las barras, cómo se llama cada hierro, se tomar medidas con el calibre y la cinta, sacar ángulo”, detalla. Cuenta que su padre, como es autónomo, “a la cuestión sindical tuvo que empezar a quererla conmigo, porque el sindicalismo me llama. Cuando vuelvo a estar en un puesto de trabajo, al ver que se vulneran derechos, no podes mantenerte ajena, te volvés a involucrar”.
“Apuesto a que esto pueda mejorar –sostiene María–, una no quiere perder las esperanzas a poner un granito para que al país le vaya bien. Hoy está muy difícil y complicado, pero ojala que algo nuevo surja y que algo se solucione”.
El momento de pelear
“¿Cómo la empresa no mandó telegramas para no hacernos pasar el mal momento? Nos han llamado mientras estábamos en el trabajo. Mi instructor me dice: ‘Marcela cementá el último corte y vení un ratito’. Y ya cuando salgo al pasillo veo a mis compañeras, imagínese que las llamen sin decir nada, las caras de ellas, estaban pálidas. Yo decía: ‘tranquilas compañeras, es para que firmemos la estabilidad’. Y no. Cuando ha empezado a hablar el jefe nos dice que ya no podían sostener tantos operarios y que teníamos que entender que nuestro contrato era eventual. Y ahí ha sido, no me lo esperaba, ni ninguna de las chicas”.
“Nos sacan para afuera, yo quería retirar mi bolso donde llevo para desayunar todos los días, pero me han dicho que no, que mejor esperemos afuera. Y ahí hemos quedado, las chicas llorando con bronca, impotencia. Más en este tiempo de crisis que estamos viviendo todos. Y pensamos que éramos las únicas, éramos ocho. Después salen las otras chicas. Y salen obviamente llorando, todas destruidas. Tengo compañeras que amaban su trabajo, jamás faltaban ni aunque estuvieran enfermas, laburaban igual, ni querían ir a enfermería para que no les complique el trabajo. Da bronca porque ellos no han visto nada de eso. Ahora, aunque ya no se puede esperar más que malas noticias creo que es momento de pelear por nuestros derechos. Ya no tenemos nada que perder”.
El libro, la remera y las banderas de Cristina
«Peronista a muerte y de Cristina siempre”, se presenta Marcela Rodríguez -28 años, una hijita de 11 y un marido albañil, desocupado-, cuando la confianza abre sus puertas. Despedida de la fábrica de Topper, Marcela explica: «Nos han corrido como ladrones, no nos ha dejado entrar a buscar las cosas, muy mal de parte de la fábrica cómo nos han despedido, horrible”. Y recuerda que antes de entrar a la fábrica trabajaba en el campo “en lo que había”. Arándanos, limones, caña de azúcar. Pero aclara: “Acá no pagan nada, la fábrica me había cambiado la vida porque ahí pagaban bien«.
«Pero nuestros mismos compañeros no nos han apoyado, por eso mi bronca y mi tristeza, porque ellos han votado a este gobierno. Yo se los decía, va a ir mal, pero se burlaban. Decían que uno era peronista y apoyaba la vagancia. Y no era así, porque el que lo ha vivido lo sabe, el que viene desde abajo sabe lo que es vivir así”.
“Cuando ha llegado el gobierno de Cristina, yo era chiquita pero recuerdo que con mi mamá no teníamos para comer, y en ese tiempo llegó una carta, porque llegaban cartas, avisándole a mi mamá que era beneficiaria de una pensión por ser madre de 7 hijos. Eso no se olvida. Cómo me van a pedir que no apoye a Cristina. Y cuando tuve un descanso en la fábrica, un feriado largo, me subí a un micro para ir a verla, a Buenos Aires. Fue un 25 de mayo en una plaza, no sé cómo se llama, no conozco Buenos Aires”. Marcela se refiere al acto en Plaza de Mayo de 2023.
“Fui con mi hija. No tenía ni un peso, pero fui. La amo a Cristina, que digan lo que quieran, no me interesa. Le decían ladrona, y yo contestaba que siempre tiro para nosotros los pobres. Jamás me faltó un plato con comida desde que estuvo ella. Solamente el que lo ha vivido lo sabe. Yo era pequeña pero recuerdo eso”.
“Ahora han hablado de hambre y de miseria. Pobreza era lo que vivíamos antes, que teníamos que comer en casa de los vecinos porque a nuestras madres no les alcanzaba para darnos de comer. Hoy tenemos Asignación Universal. ¿Gracias a quién? Que me contesten. La pensión de 7 hijos ¿gracias a quién? ¡A Cristina!”
“Y ahora para hablar soy la única, porque siempre peronista, por Cristina, y eso enseña. Tengo el libro, la remera, las banderas, todo de ella. Muchos me miraban mal cuando me veían militar pero no me importaba, que digan lo que quieran, yo tengo los más hermoso recuerdos de cuando ha estado ella. Y ese día estaba lloviendo cuando he ido, no dejaban pasar y me adelanté. No sé cómo, pero he aparecido ahí adelante. No se imagina usted las lágrimas al escucharla hablar, puro sentimiento. Mi marido me apoyó porque sabe que la amo a Cristina. Yo quería verla en persona y ha sido inolvidable. Ahora veo las fotos y me emociona. Ahí está la esperanza”, sostiene.
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