Martín Menem abre una nueva y misteriosa etapa en la Cámara de Diputados. Los veteranos del Congreso reconocen que tendrán que enterrar sus «libritos» y los neófitos se maravillan por tener que convivir, por primera vez, con un Menem, pero todos coinciden en que el futuro es una incógnita. La dimensión desconocida. En parte se debe a la fragmentada realidad del recinto -con un oficialismo endeble y una oposición fraccionada en varias partes, todas con sus propios intereses e internismos-, pero también tiene que ver con la figura del propio Menem: el hijo de un histórico senador que ingresó a la política recién hace dos años de la mano de Javier Milei, quien lo eligió para ocupar la presidencia de Diputados contra todas las recomendaciones de sus embajadores políticos. Y de la misma manera que, al designarlo, Milei priorizó su núcleo duro libertario, Menem comenzó a dar muestras de que hará lo mismo. Y que, lejos de la matemática del intercambio de favores -de eso se encargan otros-, Menem agita otra bandera: la del 56 por ciento de los votos.
«Les habla solo a los propios». La frase era repetida por peronistas y halcones PRO, radicales y macristas, luego de la sesión preparatoria del jueves. El discurso de Martín Menem -con su énfasis en «reducir los gastos de la Cámara» y el rezo a «las fuerzas del cielo»- colaboraba con un clima de hostilidad que había empezado a germinar cuando Milei anunció que no iba a hablar ante la Asamblea Legislativa luego de la jura, sino ante quienes se movilicen afuera del Congreso. Los más enojados, sin embargo, eran legisladores de las bancadas más pequeñas que tenían planeado asociarse para sumar lugares en las comisiones y a quienes el mecanismo elegido por Menem las perjudicaba. Estos eran los radicales, la Coalición Cívica y Cambia Federal -el bloque de Emilio Monzó y Miguel Ángel Pichetto-, pero también los partidos provinciales.
Menem había pactado con Germán Martínez (Unión por la Patria) y Cristian Ritondo (PRO) que la conformación de las comisiones -primer lugar de negociación- se realizaría por bloque y por sistema D’Hondt. Este cálculo perjudicaba a los bloques más chicos, que muchas veces se agrupan en interbloques para ganar más cargos, y beneficiaba a los dos más grandes: UxP con 101 bancas, el PRO con 38. «Menem debería haber aprovechado para empezar a construir la mayoría de 150 diputados con la que va a gobernar pero, al final, terminó el día con la misma cantidad de diputados con los que arrancó: 78. Ni uno más», masculló un dirigente de Cambia Federal.
La matemática que esgrimen en las esquirlas centristas del dinamitado Juntos por el Cambio parte de la base de que, hoy, Milei tiene 78 diputados: 38 de La Libertad Avanza y 40 del PRO y los monobloques que orbitan alrededor del macrismo. Si el libertario quiere aprobar sus reformas, tendrá que ir a la pecera de lo que quedó de JxC -la UCR, la Coalición Cívica, gobernadores cambiemitas y Cambia Federal-. De convertirse en un interbloque -y la derrota sufrida el jueves llevó a que las negociaciones se intensificaran- ese grupo tendría unos 50 diputados. Es decir: más que el PRO (que, más allá de las diferencias internas entre bullrichistas, macristas y larretistas, está alineado en acompañar las medidas de Milei). De decidirse a respaldarlo -que están decididos, aunque advierten que lo harán con un tono distinto al PRO-, el presidente electo tendría 128 diputados. A solo uno del quórum.
La otra pecera donde LLA podría buscar apoyos la componen las dos bancadas provinciales. Una es «Hacemos por un país» y está integrada por 8 diputados: 5 cordobeses, 2 santafesinos y Florencio Randazzo. La otra es «Innovación Federal», la ex Provincias Unidas, que contará con 8 bancas: 3 misioneros, un rionegrino, un neuquino y 3 salteños. Esos 3 salteños responden a Gustavo Sáenz y formaban parte de UxP. La ruptura fue encabezada por Pamela Caletti y constituye la primera fuga sufrida por el peronismo desde la derrota.
Es en estos grupos en donde Menem tendrá que ir a pescar votos y es por eso que le echaron en cara que los hubiera dejado fuera del acuerdo de las comisiones. «Fue un pifie, se lo comieron vivo. Restringió sus facultades para negociar», le recriminaban dirigentes que, horas después, reconocerían que probablemente terminarán aprobándole las primeras reformas. Y eso, Menem y sus socios del PRO, lo saben.
«Sería muy raro que no acompañen la voluntad del 56 por ciento que nos votó, son cambios que hay que hacer», les dice Menem a sus colaboradores, en un tono que no se sabe si es ingenuo o presuntuoso. El presidente de la Cámara confía en que, ya sea por la lectura que la oposición haga del nuevo humor político o por las negociaciones que Guillermo Francos encabeza con los gobernadores, los votos lo acompañarán. Y que para ello no necesita cambiar el discurso.
El bullrichismo, que mira con sorna los amagues de distanciamiento del larretismo, coincide: «Es un presidente que sacó el 56 por ciento de los votos, nos pasó por encima en JxC. Que las dulces palomitas no jodan: si a Milei le va mal, vuelve el peronismo. No volvemos nosotros».
La oposición peronista
En la vereda de enfrente, mientras tanto, está el peronismo. Son ellos, reconocen dentro del PRO y LLA, los que ejercerán verdaderamente el rol de opositores. Pero no por eso descartan poder robarles algunos votos: Milei apuesta a dividir y reinar.
De momento, UxP se mantuvo unido bajo la presidencia de Germán Martínez. Solo rompieron los tres salteños y amaga con hacer lo mismo el jujeño Guillermo Snopek, aunque todavía no tomó una decisión. De 105 diputados pasó a 101: sigue conservando la primera minoría, pero el temor a que haya nuevas fugas es constante.
«El bloque no puede seguir funcionando como lo hacía hasta ahora con una sola persona tomando decisiones. Ya no somos más gobierno y por más voluntad de unidad que haya, hay que buscar estrategias para integrar la diversidad de intereses», repiten varios legisladores que vienen enfrentados, hace años, con el verticalismo del kirchnerismo duro. Son varios los que proponen formar un interbloque, de modo que cada bloque tenga cierto margen de negociación y que ello no implique romper. Las negociaciones continúan.
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